Es hora de establecer la realidad tal cual es. Hemos oído a los fundamentalistas repetir innumerables veces que los problemas sociales, ciertamente reales, se deben a una «ruptura con Dios» y una ignorancia a «sus leyes». Los hemos oído señalar la creciente aceptación de parejas homosexuales, la liberación sexual de la mujer (manifestada principalmente a través de la píldora), el apoyo abierto de algunos sectores al aborto y, mi preferida, la marginalización de la religión como evidencia «irrefutable» de que somos una sociedad en decadencia. Vamos a desenmascarar la realidad y librarnos de las apariencias.
Basta con salir afuera y andar por un centro comercial para notar los elementos más corrompidos de nuestro entorno. Rápidamente se nota la trágica individualización que nosotros mismos hemos creado a través del capitalismo desenfrenado que vivimos. El concepto de Darwinismo social nos ha acaparado todas las esferas, desde la personal hasta la profesional. Todos estamos monotonizados hacia una misma aspiración: hacerse esclavo del trabajo en las esperanzas de alcanzar una felicidad falsa. Vivimos para trabajar y trabajamos por el dinero. Y, ¿dónde en ésta dinámica queda el rol del humano en la sociedad? Pues, en la prolongación y validación de éste sistema degenerativo. Ignacio Martín Baró, en su escrito La construcción social de la realidad, estableció que «todo orden social busca su subsistencia cuando no su crecimiento y expansión». Respondiendo la pregunta anterior, el rol del ciudadano común en cualquier orden social es legitimizarlo. En su escrito, Martín Baró cita que «…el ser humano es producto y productor de un orden social: arranca de un orden social para su realización histórica como individuo, pero es la historia de su externalización como ser humano la que va produciendo, manteniendo o cambiando, el orden social». Realmente, y lo digo con mucha tristeza, hemos sido cómplices en nuestro propio encarcelamiento.
Es suficiente con encender el radio o el televisor para ver como se nos alimenta ese orden social. Estamos bombardeados constantemente con publicidad que mezclan las verdaderas necesidades humanas (amor, felicidad, afecto, comprensión, etc.), de las cuales tenemos mucha sed, con esas ambiciones artificiales que, a pesar de ser artificiales, se nos presentan como necesarias y por lo tanto incurrimos en su búsqueda. La misma sociedad nos amenaza si no seguimos ese orden precisamente porque el individualismo mencionado anteriormente nos sugiere que la solidaridad y el altruismo son contra-producentes al cumplimiento de nuestro rol social. Además hemos logrado una estigmatización tan profunda de la figura del vagabundo que vemos en primer plano su fracaso y luego, si es que hay un «luego» en nuestros pensamientos digitalizados, sus necesidades. Volviendo al pensar de Martín Baró, eventualmente el humano como ser individual «asume como propias las rutinas institucionalizadas en un determinado sistema social». En fin, vemos el orden social establecido como natural y eterno: todo ideal que lo contradiga es absurdo. Ya lo escribió Paulo Coelho en su libro, Verónica decide morir: tildamos de locos a los diferentes.
Por lo visto, constituímos un fenómeno social individualista que genera aquejos de tal manera que no podemos identificar dicho orden como el génesis de los mismos. No se nos ocurre tal posibilidad por tenerlo tan grabado como «natural» e «immutable» en nosotros. Entonces, a raíz de nuestra incapacidad de señalar el orden social como causante, surgen las teorizaciones que buscan un culpable concreto, todas con un factor común: falsedad.
Pero no todo es decadencia y espanto. Recordando una vez más a Martín Baró cuando dice que el hombre es también productor de su orden social, nos damos cuenta de que realmente nuestra realidad no es immutable. Aquí entran los cambios sociales secundarios que han ido ocurriendo de manera paralela a la radicalización del individualismo. Entre éstos los mencionados al principio de éste escrito que usted, por inexplicable bondad altruista, ha decidido leer. Estos cambios sociales tienen la pobre fortuna de ocurrir en el tiempo equivocado pues se presentan como los perfectos culpables de nuestras penas. Me parece todo a un experimento en el cual el cientificó no logro controlar todas las variables y le atribuye a la variable de su conveniencia el fracaso del experimento. Debido a que nuestra humanidad no es un experimento controlado, tenemos varias variables afectándonos a la vez y eso le abre la puerta a que las estructuras de poder vigentes utilicen los cambios sociales incompatibles con sus ideologías como chivos expiatorios porque, claro está, no se van a señalar a ellos mismos. Esto les da una doble ganancia: esconden sus debilidades y mantienen controladas a las ideas opuestas.
La religión insitucionalizada se ve amenazada con perder su validez social y política. Los mismos cambios sociales de hoy día lo demuestran. Sin embargo, las instituciones religiosas siguen teniendo muchísima voz e influencia sobre el orden social y son éstas instituciones las que, en parte, fomentan el discurso semi-apocalíptico sobre las consecuencias de abandonarlas. Digo «en parte» porque no podemos olvidar los intereses económicos que desean prolongar el status quo y que se esconden detrás de las acusaciones falsas para desviar la atención del orden social como causa de nuestros aquejos. Volviendo a las religiones, cuando Nietzsche proclamó que «Dios está muerto», considero que señalaba inconscientemente (aunque pocos dudan del ateísmo de Nietzsche) el creciente rechazo social a los dogmas de las instituciones religiosas. Viéndose acorraladas, estas recurren al recurso del miedo y del temerado juicio divino para mantenerse como estructura de poder. No puedo decir que le queda poca vida a ésta táctica pues lleva miles de años en función y la ignorancia no sólo es atrevida, también es abundante. Finalmente, para mejor entender mi planteamiento, es necesario separar lo que es la religión como práctica, las instituciones religiosas que regulan esa práctica y en tercer lugar a Dios mismo, a quienes dichas instituciones dicen representar.
No quiero terminar sin aclarar que este escrito no es un rechazo meridiano al sistema capitalista, sino a su radicalización; tampoco es un rechazo a Dios, sino a su falsa representación y utilización. Con estas aclaraciones, no tengo cargo de conciencia en publicar este escrito. Enfatizo que el ser humano tiene potencial y capacidad. Pero si ese potencial y esa capacidad, casi infinitos en si mismos, se canalizan hacia una continua individualización y negación de nuestra existencia como sociedad, entonces solo brillarán las diminutas diferencias que nos distinguen. Y verdaderamente entonces estaríamos ante un juicio final.